En octubre pasado, falleció mi abuelo paterno.
A sus 94 años, dejó el mundo en medio de una agonía y semiiconsciencia. Y meses antes a eso (años, incluso), ya había perdido el conocimiento de su realidad y de sí mismo.
Me parece de poco gusto llevar música a los cementerios, pero creo que si alguien merecía la canción "My way" (A mi manera) de Frank Sinatra, en casi toda la extensión de la letra la mereció ese hombre.
Y después del funeral y de varios días (un mes, quizás), se hizo la repartición de lo que había pertenecido a mi abuelo.
Entre otras cosas (y a sabiendas de mi gusto por la lectura), mi padre decidió que debía ser yo la nueva propietaria de un pequeño lote compuesto en su mayoría por libros y documentos.
He de confesar que no tenía la más remota idea de que mi abuelo fuera lector. Nunca le vi leer otra cosa que no fueran los diarios locales (aunque siempre admiré su vista, ya que, pese a su edad, nunca necesitó de gafas de lectura). Aunque, ciertamente, aquellos libros no eran muchos.
Como dije. el lote era pequeño. Una caja oblonga de cartón de cincuenta centímetros de ancho por sesenta de altura. Había libros, ciertamente, aunque no demasiados. Pero me sorprendió que, dentro de lo que cabía, estaban bien conservados pese a los años que tenían. Casi todos ellos databan de 1910 a 1940, siendo el más "nuevo" una publicación de 1960 y el más viejo, un volumen de 1916.
El libro más viejo está escrito en francés y latín. Pero se entiende perfectamente que su contenido trata sobre la filosofía espiritual. Otro de los libros se llama "El libro de los Espíritus" de Allan Kardec.
Lo que llamó mi atención, como ya se ve, fue el hecho de que esos libros tenían como temática principal el espiritismo.
No sabía que mi abuelo fuera asiduo a esos temas (era católico, aunque no iba a misa los domingos) ni nunca le oí hablar sobre temas sobrenaturales. Ni Dios ni el Diablo ni los muertos, brujas u otra criatura mitológica o popular estaban en su léxico. Pero luego de pensarlo detenidamente, aquellos libros no podían haber sido suyos. Es decir, el libro más viejo lo era más que su edad. Habían sido suyos, si, pero era más que obvio que habían estado guardados por muchos años y él no les había prestado el menor interés. Habían sido de alguien más, algún pariente mayor a él.
Mi abuelo había tenido hermanos mayores. Habían sido siete hijos en total de los que mi abuelo había sido el cuarto y último de los hermanos en reunirse con el resto de los suyos en el más allá. Por delante de él habían vivido tres hermanos más y hasta donde yo sabía, el segundo hermano de mi abuelo había fallecido muy joven. a los quince años, ahogado en una laguna que el paso del tiempo hizo desaparecer y donde ahora hay viviendas que se inundan en épocas de lluvias.
Y luego de los libros (cuando terminé por fin de verlos), revisé una pila de papeles amarillentos que había por debajo de ellos.
Documentos y folios amarillentos, algunos escritos a mano y otros impresos.
Por mucho que hubiera querido ir más aprisa en la exploración, no pude hacerlo. El trabajo y demás deberes sociales delimitaban mi tiempo (y aún lo hacen).
Y créanme que, si mi juicio estuviera gobernado por más vena religiosa, habría abandonado la lectura de todos aquellos papeles. No es que digan cosas terribles o diabólicas.
Es que más bien, el propietario de todos aquellos libros (y digo así, propietario, porque ya me ha quedado claro quién fue el verdadero dueño de esa caja), era poseedor de una imaginación prodigiosa.
Me da pena pensar que esa mente tan inquieta se apagara tan pronto.
Sí, el dueño no había sido otro que ese muchacho quinceañero.
Y por si fuera poco, a inicios de febrero, mi padre trajo otra caja consigo desde la casa de su difunto progenitor. Otra caja muy similar a la primera, aunque en su contenido hubieran más pilas de papeles que libros. Con sólo ojearlos supe que esa letra era igual a la de los papeles de la primera caja.
A modo de introducción he escrito esto.
No es fácil descifrar la letra de ese joven tío-abuelo.
Todos tienen fechas al inicio. Por lo que también debo ordenarlos de forma cronológica.